“Es como contemplarse en un espejo, la forma y el reflejo se observan. Tú no eres el reflejo pero el reflejo eres tú. Maestro Tozan

miércoles, 20 de octubre de 2010

Eva Rubinstein: una oferta, una coartada, un saludo...

¿Qué es una fotografía? Hay quien la ve como una gota de mercurio, un sueño claro y límpido; para otros puede ser un mensaje del subconsciente, un garabato que será descifrado no se sabe cuándo ... dentro de muchos años, quizá.
"Es un monólogo que intenta hacerse coloquio, una oferta, una coartada, un saludo. Nos puede acometer o acariciar, puede expresar amor o ultraje, dar testimonio de credo político, profundizar nuestro concepto de la vida y de la muerte.
Si está demasiado inundada de luz, nos deslumbra; si se oculta demasiado en la sobra, nos confunde. Dice el poeta (Stanley Kunitz, N. d. A): 'En lo más profundo del alma sé que vivo y muero. Al mismo tiempo. Mi misión es transmitir este diálogo. Son palabras de Eva Rubinstein, gran fotógrafa que no quiere llamarse siquiera "fotógrafa" ("soy una persona que hace fotografías") y que se niega vehementemente a que se le aplique la palabra "artista".


Eva Rubinstein es, ante todo, ese algo simple y complejo que es una criatura humana. Es mujer en el sentido más completo de la palabra: hija, esposa, compañera, madre.
Humana al cien por ciento, pero dotada al mismo tiempo de una sensibilidad superior al nivel humano ordinario; y también del don de expresada. Y lo ha demostrado de múltiples modos.
Antes de dedicarse a la fotografía, en efecto, Eva Rubinstein siguió con gran éxito dos carreras teatrales: la danza clásica y el teatro. Contaba apenas cinco años cuando comenzó a tomar lecciones de danza en París con la célebre Matilda Kszesinska. Continuó luego en California y demás lugares adonde la condujo el destino. Hizo una gira por el mundo entero, incluida Italia, donde se presentó con comedias musical como The Girl in the Pink Tights (La muchacha del leotardo rosa) y Oklahoma. Se la aplaudió como actriz, entre otros personajes, en el papel de Margot, hermana Anna, en la versión teatral del Diario de Anna Frank presentada en Broadway, 195' 1956. Su actividad teatral, iniciada en Hollywood con un notable éxito en la comedia Montmartre el año 1952, se trasladó después a varios teatros neoyorkinos, y particularmente a los del llamado "off Broadway", teatros situados generalmente en la zona bohemia de Greenwich Village, caracterizados por su nivel económico más modesto, pero con niveles artísticos a veces muy superiores a los teatros de relumbrón Broadway.

 Eva Rubinstein no da mucha importancia a estos éxitos. "Como bailarina y como actriz -dice- hice siempre cosas creadas por otros. La composición musical, la coreografía, el vestuario, todo estaba hecho por otras personas, como también los textos de las comedias en que intervenía, la dirección escénica, etc. En aquella época yo tenía necesidad de todo eso. Estaba demasiado poco segura de mí misma, tenía demasiado miedo a asumir la más mínima responsabilidad."

Sólo posteriormente, con la fotografía, Rubinstein se sentirá con valor para "actuar por su cuenta" sin tener que apoyarse en nadie. Pero antes de llegar a ese momento pasarán doce años de vida dolorosa, doce años de matrimonio difícil y borrascoso, maternidad, de separaciones. Participó también en actividades políticas, en luchas p ideales como los derechos civiles, la abolición del hambre en el mundo, etc. Y entre tanto, casi en secreto, Eva Rubinstein fue poetisa o, como ella diría, escribió y sigue escribiendo poesías.

La infancia de Eva Rubinstein puede parecer desde fuera maravillosa, pero en realidad estuvo llena de traumas, de miedos y de incertidumbre. Hija de Arthur Rubinstein uno de los más grandes virtuosos del piano de todos los tiempos, conoció los esplendores, mas también las tinieblas de una vida vivida a la sombra de los grandes. Su madre, Nela, procedía de una de las mejores familias católicas de Varsovia. Era hija de un gran director de orquesta polaco, Emil Mlynarsky, con el que el joven pianista Rubinstein había tocado el piano desde la época en que Nela era aún una niña. Cuando se casaron, el esposo tenía 44 años y la esposa apenas la mitad. Eva, la primogénita, nació en Buenos Aires durante una gira concertística de su padre, y debe su nombre a la heroína de Los maestros cantores de Nuremberg de Wagner, que se representaba precisamente el día de su nacimiento, 18 de agosto de 1933.

Los sufrimientos comenzaron muy pronto. Con los padres de viaje, la niña, casi de pe¬cho todavía, quedaba a menudo en manos de institutrices. Otras veces, cuando viajaba con ellos, era una sucesión de lugares nuevos, desconocidos, un despertar en habita¬ciones de hotel siempre distintas, un encontrarse entre personas extrañas, entre niños cuya lengua desconocía, con los que no podía jugar. No iba a la escuela, sino que le daban clase los mejores profesores en casa, como era costumbre en los ambientes aristocráticos y ricos de Europa.
Casi todas las fotografías de Eva Rubinstein reflejan estas experiencias: niños solos, rara vez sonrientes. En estas fotografías se repite a menudo el tema de una niña que mira, apartada del parque, a un grupo de niños que juegan.


Pero si la inestabilidad de la vida fuera de casa pesaba sobre la niña solitaria, más difícil era aún la vida en familia. El pianista famoso e idolatrado del público tenía necesidad de adoración también en su casa. Arthur Rubinstein daba lo mejor de sí al arte y poco a la familia. Fascinante y amable cuando se sentía admirado, podía transformarse en tirano cuando alguien osaba contradecirle. Su mujer, Nela, sufría mucho con esta situación tan difícil para los hijos (Eva tiene dos hermanos y una hermana menor), pero oscilaba siempre entre el amor a ellos y la devoción a su marido. Eva, quizá la más sensible de los cuatro, estaba tan intimidada que no tenía valor para expresarse ni para opinar personalmente. "Por eso hablo hoy como un torrente, sin parar -dice sonriendo-. Aún tengo miedo a que alguien me mande callar".


Pero no todo fue negativo. La casa donde se respiraba música y arte le infundió una profunda pasión por la música, y las visitas a los museos en casi todas las capitales del mundo sentaron las bases para lo que sería su vocación fotográfica. Eva Rubinstein admite, en efecto, que debe mucho a la influencia de los grandes pintores, y de modo particular a Jan Vermeer, por la serena calidad de sus luces, que encontramos a menudo en los interiores fotografiados por ella. También la influencia de Andrew Wyeth y de Edward Hopper, con su sentido de aislamiento y los cuadros de tierras solitarias, queda reflejado en el trabajo de Rubinstein, sobre todo en la foto Casa oscura, tomada en la isla irlandesa de Aran el año 1970.


La luz, por otra parte, es un elemento predominante en la fotografía de Eva Rubinstein. A veces entra a raudales por puertas y ventanas, a veces se refleja en los rostros de las personas y en los objetos; en ocasiones parece querer penetrar con fuerza, como en la foto Luz, 100 liras, donde la luz pugna por entrar a través de las rendijas del portón de una iglesia, mientras el cartel del muro indica que para ver los frescos hay que pagar 100 liras por un minuto de iluminación artificial. Extrañamente, la luz que se infiltra del portón forma una cruz blanca luminosa.
Y como, a fin de cuentas, toda fotografía es un autorretrato, la luminosidad, sobre todo de los trabajos más recientes, representa un elemento positivo en la vida de la autora.
 
No ha sido la suya una vida fácil, como queda dicho. Tras una infancia y adolescencia vividas en un clima donde la benevolencia alternaba a menudo con súbitos y violentos accesos de ira, Eva Rubinstein se refugió en un matrimonio que tampoco sería un camino de rosas. Contaba veintidós años cuando se casó con el reverendo William Sloane Coffin Jr., ministro presbiteriano. Hombre de Dios, idealista, defensor de los más oprimidos, activista en favor de los derechos del hombre, comprometido en la lucha contra el hambre en el mundo y contra la guerra, el reverendo Coffin era también hombre de talento, escritor, orador, músico y deportista. ¿Qué más se podía desear? Cuando se casaron, Coffin era un joven capellán de una escuela media para niños en el Estado de Massachusetts; pero pronto fue promocionado a capellán de la universidad de Yale (que, junto con Harvard, es una de las principales de los Estados Unidos). Fueron años ricos en acontecimientos importantes y estimulantes, años vitales, históricos. Eva compartió los ideales de su marido y participó en diversas manifestaciones con él. Hubo la famosa marcha sobre el Pentágono en Washington, reuniones y asam-bleas, y Eva conoció a personajes como Martin Luther King, Adlai Stevenson y el presidente Kennedy. Alguna vez acabó en la cárcel. Y sirvió en el Peace Corps, en Puerto Rico, el programa de asistencia a los países subdesarrollados impulsado por el propio John Kennedy.


Pero el panorama comenzó a ensombrecerse. Llegaron los hijos. Arny, Alexander y David, los tres nacidos en el espacio de tres años (Arny en enero y Alex en diciembre de 1958, David en 1960). Con los niños aún muy pequeños, la madre se encontró J menudo sola durante meses enteros, mientras su marido luchaba por alguna causa noble y sublime lejos de ella. Y así pareció repetirse la eterna dicotomía: un hombre dedicado a los más elevados ideales y olvidando su propia familia; apoyo moral para todos, mas no para los suyos. Como antes el genio musical, también el idealista amante de la humanidad, acabó por faltar en el plano simplemente humano.
























Y así, al cabo de doce años, al borde del agotamiento nervioso, Eva Rubinstein dejó a su marido, dejó a los hijos y comenzó a rehacer una vida. No tenía otra opción. Ella, que nunca había dado un paso por su cuenta, que no tuvo una preparación profesional, salvo para el teatro, al que no esperaba retornar, que siempre había dependido de otros, se vio abocada a un gran vacío. ¿Cómo podía llevar consigo a los niños y mantenerlos? Dejándolos en su ambiente, con sus compañeros, facilitándoles el modo de continuar en los mismos colegios, optó por el mal menor, y el tiempo le daría la razón. Los hijos crecieron sustancialmente sanos, sin excesivos complejos, no muy diferentes de los de casi todos los jóvenes de nuestros días. "Son unos chicos magníficos" -dice con orgullo, "estamos muy compenetrados y ninguno de ellos parece resentirse del pasado. A veces discutimos, pero se trata siempre de pequeñeces, no de cosas importantes. En las cosas importantes, las que cuentan, he encontrado siempre plena comprensión."


Eva Rubinstein firmando uno de sus libros

1 comentario:

  1. Es como fotografiar la nada, o el tiempo...o ese instante anterior a la foto, que ya no esta...

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